17 dic 2015

CUANDO EL CINE HABLA


Cine que entretiene, cine que denuncia, cine que retrata.
El público escoge el agua que calma su sed.

Por:
Virginia Galilei - vigascm@mail.com.

Cuando pensamos en cine sensacionalista solemos armar en nuestro pensamiento la palabra Hollywood, bien porque es, en efecto, una importante tendencia del cine estadounidense, bien porque, en términos de taquilla, es este tipo de cine el que generalmente marca la pauta. Pero yendo un poco más despacio, además del sinnúmero de películas que llevan a la gran pantalla una enorme y frecuente carga de mensajes –directos o subliminales- y símbolos, asociados a temas conspirativos, espionaje, guerra, poder político y militar, extraterrestres, illuminatti, etc., también están esos filmes que sin necesidad de una gran batería de efectos especiales taladran los duros espacios de la sociedad donde la familia, el amor, la ley y el propio ser humano son el tema. Sí, para llegar aquí redujimos bastante la velocidad, ¿verdad? A veces Hollywood hace lo que los latinos llamamos “películas de contenido” y aun así traen chispas de esa carga simbólica, pero sería injusto negar que también el cine estadounidense libera denuncias, en filmes, claro está, que aunque dejen una marca a fuego en el espectador, no necesariamente lo hagan en taquilla.

Por otra parte, nos hallamos con el cine latinoamericano, un cine sin parapetos, sin bolas de fuego, sin naves espaciales. Sólo una cuchilla simple, una navaja sobre la arena. La hemos visto de lujo, con cacha de marfil; la hemos sufrido oxidada y también disfrutado en el mejor acero quirúrgico; la hemos sentido afilada al máximo, haciendo autopsias de nuestras realidades. Generalmente es un cine de mayor repercusión social, porque su tendencia es precisamente poner al desnudo situaciones que vivimos a diario en estas latitudes, o que históricamente nos han hecho lo que somos o lo que podríamos ser. Latinoamérica hace cine de época, de denuncia, de cotidianidad y hasta de noticia contemporánea; lo hace con rudeza, con crudeza, con belleza, y en algunos casos, con sarcasmo. Se fotografía el tiempo, el espacio, la cultura, la idiosincrasia, las emociones, las circunstancias, el lenguaje y el fuero interno de unos personajes que siempre son como cualquiera de nosotros o de alguien que conocemos; alguien que amamos, odiamos, tememos, recordamos o necesitamos. Alguien que, por alguna razón, parece más real de lo que es.


El cine latinoamericano habla; incluso de los temas que quisiéramos negar, ignorar o cambiar. La tendencia en los últimos años es hacerlo sin guantes, con un mensaje expedito y más impregnado de arte que nunca, y con una carga emocional ineludible y sobre temas que desafían toda clase de tabúes. No es casualidad entonces, que este cine que se estuvo desarrollando como una pujante crisálida, esté emergiendo como una mariposa con súperpoderes. Así lo demuestran los más importantes festivales del mundo y sus jurados, y también la respuesta del público latino, la taquilla y la crítica.


El cine meramente entretenido tendrá espectadores esperando, el cine costumbrista, de contenido, de denuncia y que hurga historias de la historia, estará esperando respuestas de espectadores tentados; pero cada año es más esperado también este cine que habla, un cine reflexivo. El cine se internacionaliza más y más con el tiempo, sobre todo el estadounidense y el latinoamericano, que además, se cohesiona año tras año en equipos cinematográficos que están compuestos de elementos nativos de cualquier país de habla hispana, que incluso migran al cine hollywoodense y hasta al europeo.
Temas como el racismo, la corrupción, la homosexualidad, el SIDA, la educación, la ley, la religión, el narcotráfico, la política, la delincuencia y la pobreza, la contaminación ambiental, entre otros, han sido puestos sobre el tapete cinematográfico sin temor a competir con el entretenido sensaciona-lismo.
Y por sólo citar algunos filmes de este continente, desde Matar a un Ruiseñor -To Kill a Mockingbird- (1962), Bajo Fuego -Under Fire- (1983), El Valor de una Promesa -After de Promise- (1987), Mississippi en llamas -Mississippi Burning- (1988), La Sociedad de los Poetas Muertos -Dead Poets Society- (1989), Philadelphia (1993), Hoffa (1993), Fresa y Chocolate (1994), Tiempo para matar -A Time to Kill- (1996), Erin Brockovich (2000), El Crimen del Padre Amaro (2002), La Fiesta del Chivo (2006), La Hora Cero (2010), Miss Bala (2011), Azul y no tan Rosa (2012), No (2012), hasta El Clan (2015), El Club (2015), La Patota (2015) y Desde Allá (2015), son buenos ejemplos de este tipo de cine.

No sorprende que todas las películas del 2015 citadas como ejemplo sean latino-americanas, porque este año la tendencia a hablar rudo sobre temas sociales fue por acá particularmente intensa. ¿Y será casualidad que éstas fueran galardonadas en festivales internacionales? Cuando el cine habla, lo hace a gritos y en todo el mundo, pero sabemos que, en estos tiempos, la voz más desgarradora del séptimo arte está en Latinoamérica.







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