12 dic 2015

EL ABOGADO DEL DIABLO

        Una película de Taylor Hackford.

Vanidad vs. Libre Albedrío…

Combate milenario a infinito número de rounds.

¿Acaso el ser humano va perdiendo en las apuestas?



Por:
Virginia Galilei - vigascm@mail.com

Desde los tiempos de La Profecía III no se veía un diablo con ese estilo único, propio del hombre poderoso, del hombre de mundo, y dicho sea de paso, tan bien camuflado entre la sociedad. Incluso hay que reconocer que en esta película estadounidense de 1997, cargada de símbolos, es la que con mayor maestría ha presentado al Príncipe de las Tinieblas, precisamente por no llevar encima ningún símbolo –el número de la bestia, un tridente, o cualquier grafismo típicamente reconocido como símbolo diabólico-; el símbolo es él mismo, y se presenta con ruda simpleza con el rostro de un padre “protector”. 

El Abogado del Diablo, dirigida por Taylor Hackford y titulada originalmente The Devil’s Advocate, fue protagonizada por Keanu Reeves (en el papel principal del abogado Kevin Lomax) y Al Pacino (en el papel de John Milton), junto a una convincente Charlize Theron, como la esposa de Lomax. Tres vértices de un triángulo que acabaría explotando, al menos en el universo paralelo que se desarrolló en la historia durante casi todo el filme.

La doble historia y El Abogado del Diablo de la vida real.

Cuando se hace referencia a los hechos narrados en la película lo primero que hay que hacer es quitarse el sombrero frente a los guionistas Andrew Neiderman, Jonathan Lemkin y Tony Gilroy, No sólo resultó genial contar una historia dentro de otra (producto de una revelación hipotética de Kevin Lomax, o una suerte de reflexión), también resultó genial que durante los últimos segundos del final, la sombra del mal reapareciera como para dar inicio a una nueva historia que sólo el espectador podía contarse a sí mismo. Realmente ninguno de los dos recursos es especialmente novedoso, pero juntarlos en un mismo filme y desarrollarlos con tanta filigrana, es un hecho destacable.
Una escena es particularmente memorable y lo es, no solamente porque está escrita con agudeza, también porque está actuada con un absoluto dominio del papel y de la carga emocional que requería, con una fluidez y una convicción sorprendentes.


Sí, nos referimos a la escena en la que el propio Diablo se justifica a sí mismo, da explicaciones al hombre e incluso manifiesta su admiración por él. A Satanás siempre se le ha visto como a un ser malo sólo porque sí; un ángel renegado, un ángel desvirtuado, un ángel caído. No es común escuchar razones tan explícitas sobre por qué el Diablo obra como lo hace, y mucho menos dejando tan expuesta la idea de que quien realmente HACE las cosas no es él, sino el propio ser humano. 

Así, pues, la simple pero monumental historia nos muestra las dos caras de una misma moneda: el escenario de la vida siempre está montado; los actores, personas como usted o como yo, decidimos cómo hacer nuestra representación: Libre albedrío
Ser un Kevin Lomax ascendiendo sin parar hacia la cúspide del éxito sin reparar en lo recto, en lo justo o en lo moral, es la historia de muchos; y ser un Kevin Lomax obligado por sus principios y valores a detener su ascenso y su éxito para hacer algo correcto –lo que implica un crecimiento paralelo de su espiritualidad- es la historia de otros. Y muchas personas son Mery Ann, van hacia donde las dirijan, para bien o para mal.
Si algo se explota en El Abogado del Diablo es la naturaleza humana. Considerando el tema tratado en la película, esta doble historia define el camino. Pero si el público pensó que tomar la decisión correcta en un momento dado nos va a librar del Diablo, sin duda recibió un mazazo al final, pues el acoso es permanente, la prueba es infinita, cada paso obliga a tomar grandes o pequeñas decisiones que determinarán la ruta a seguir el camino de la vida: un verdadero laberinto. Cuando Kevin Lomax evade una trampa del Diablo, se siente aliviado, contento y más relajado; se distrae, se descuida… y cae en otra. Kevin Lomax… usted… yo. En cuanto a John Milton, el Diablo autojustificado, no crea que siempre será tan evidente como en la película. Estará siempre presente y se mostrará ante nosotros en formas inconcebibles, usando a veces el rostro de su mejor amigo.

Una película virtuosa.

Ciertamente, si el guion de El abogado del Diablo es uno de los mejores que se ha escrito en la historia del cine, también es cierto que la Dirección de Taylor Hackford fue suprema en cuanto a la forma de presentar el tema y el uso de los recursos. La combinación de toda la simbología mostrada, la fotografía – de Andrzej Bartkowiak-, la batería de efectos especiales –a cargo de Rick Baker-, y la música –una responsabilidad de James Newton Howard-, fue brillante y proporcionada. 

Pero sin duda, lo que más destacó en la película fue el aspecto histriónico, particularmente la actuación de Al Pacino. Tal vez no le deba un Oscar a su personaje John Milton, pero ha sido, sin duda, una de sus más notables interpretaciones y le valió un Premio Saturn y un Premio de la Academia de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror, EE.UU. como Mejor Actor y un MTV Movie Awatds como Mejor Villano.

Vanidad: definitivamente mi pecado favorito”.

Esta frase “diabólica” deja una singular moraleja; es una lección fácilmente comprensible pero increíblemente difícil de practicar, pues el ser humano es vanidoso por naturaleza; la mayoría de las personas ni siquiera cae en cuenta de ello. Será por eso que las apuestas van tan a menudo en su contra en la sociedad de hoy, tan expuesta a la decadencia como el Imperio Romano en sus últimos tiempos. Afortunadamente, El abogado del Diablo no necesita de muchos elogios, como no necesitó barrer con un sinnúmero de premios para ser reconocida. Las personas que estuvieron frente a este filme al menos una primera vez, no lo olvidarán jamás, porque es el tipo de película que golpea y marca a fuego para siempre... y eso la define.

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